Reloj

jueves, 15 de agosto de 2013

El Móvil ¿nos acerca o nos separa?

Antes, cuando una persona desaparecía de nuestra vida, desaparecía de verdad. Si se iba lejos, muy lejos se iba seguramente para siempre o durante mucho tiempo. Aquella que estaba al otro lado del país, ¿qué fue de ella? Hace años que no la veo.

Ahora, el móvil es esa pequeña puerta que nos comunica a todos, la ventana que se abre al espacio imposible entre el desconocimiento y el reencuentro. Todos tenemos esa lista con todas esas personas que han pasado por nuestra vida, y que alguna vez han significado algo para nosotros. De vez en cuando la revisamos y pensamos: "debería borrar algunos números", pero normalmente nunca lo hacemos.

Al final, quedan ahí como una colección de cuadros, como nombres de capítulos que componen nuestra historia. Son cicatrices en el paso de nuestros años. A menudo reconocemos a alguien y decimos: "¡Dios mío! ¿Qué habrá sido de él?". Otras veces no somos capaces de recordar quién era aquella persona que se esconde tras la palabra.
Nos impresiona especialmente encontrar un mote que debió ser cariñoso en su día, para identificar a alguien, y hoy, tal ha sido el deterioro del aprecio que no logramos saber de quién se trata. Desde luego, todos fueron lo suficientemente importantes o necesarios como para dedicar un segundo a apuntar su teléfono.

Aunque ahora nada sepamos de ellos, porque perdimos el contacto, el interés, las ganas, el amor, la amistad o simplemente porque la distancia nos llevó al olvido. A veces, los nombres terribles de los muertos permanecen en la tarjeta porque no nos atrevemos a borrarlos, como si nos llamasen desde la otra vida.

Y en contadas ocasiones la soledad nos aturulla de tal modo que nos decidimos a dar un toque: "me acuerdo de ti". Durante unos segundos el olvido se rasga como rasgan las costureras la tela sobrante. Nos devuelven el toque: "¡cuánto tiempo!", parece decir.

Y el breve reencuentro, el efímero abrazo en la distancia pronto desaparece como la niebla del amanecer tan insignificante como un saludo cordial entre dos conocidos que se cruzan, sin pararse, en una acera.

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