Reloj

miércoles, 20 de noviembre de 2013

BARCELONA, VIDA Y MUERTE II PARTE


Esta mañana desperté desnudo en mi cama, miré hacia mi derecha y durante un eterno espacio de tiempo me quedé así, inmóvil, quieto, exhausto. Anoche Morfeo me regaló un sueño, volví a presenciar casi como la primera vez el segundo más bonito de toda mi vida. Su voz en formato susurro volvió cargada del sentimiento de aquellas palabras y avivó más si quiera el recuerdo. Su voz es la que me da vida, su voz la que cada noche se enreda en mis sabanas.Le conocí el seis de agosto, lo recuerdo como si fuera ayer.

Era el primo de mi mejor amiga, tenía un largo cabello rubio y rizado y siempre dejaba que el viento lo enredara a su paso, su piel era blanca y tenue lo que hacía que sus grandes ojos verdes resaltaran de entre su rostro como dos faros a lo lejos en la oscuridad, poseía una capacidad innata para relacionarse con la gente, le caía bien a todo el mundo, era simpático, extrovertido, alegre, optimista, inteligente, lo tenía absolutamente todo, su vida era ejemplar y completamente envidiable, todo era aparentemente perfecto y digo aparentemente porque no es oro todo lo que reluce, detrás de todas sus sonrisas y tanta alegría que tenía a regalar era un chico con millones de inseguridades en su vida, desde muy chiquitito tuvo que aprender a ser independiente, sus padres trabajaban mucho y aunque les hubiera gustado darle todo el amor que se merecía nunca tuvieron tiempo suficiente. Saltó miles de obstáculos a solas con todo el mundo en su contra.


Desde la primera toma de contacto mis ojos se fijaron en los de el, el sol de la mañana de verano le daba de frente en la cara y la luz eliminaba los apenas defectos que se podían apreciar, la linda curva de su boca dejó espacio a sus blancos dientes mostrándome la sonrisa más bonita que jamás pude ver, el era perfecto desde el primer momento y así me lo corroboró cada día de mi vida. No resultó nada difícil enamorarme de el, el problema fue  disimular la oscuridad que rodeaba mi vida para que el no se viera victima de mi tristeza, pues yo al contrario de el no afrontaba las cosas con tanta valentía, la separación de mis padres había marcado un antes y un después en mis días de niño.


Pasé muchos años a su lado, éramos absolutamente inseparables y a pesar de haber tenido miles de discusiones por segundo, los momentos buenos superaban siempre con creces los malos ratos, hasta que después de mucho tiempo con noches en llantos y días sin hablar decidimos cortar por lo sano el sufrimiento que se hallaba en nuestros corazones al no ser completamente compatibles en algunos momentos de nuestro día a día y a pesar que aún nos amábamos locamente era la mejor solución que podíamos haber tomado.Pasaron muchas chicos en mi vida, pero ya de ninguno recuerdo su cara, ni el sentimiento que me aferraba a ellos, por suerte o por desgracia el siempre estaba presente en cada una de mis relaciones, de repente encontraba gestos, maneras, miradas que se me habían contagiado de el y estaban componiendo mi vida y mi forma de ser. A todos les regalaba el mismo perfume que el solía utilizar, seguía llorando por las noches y a veces me veía envuelto en la pesadilla de que nunca más volvería a ser feliz con otra persona que no fuera el y mira que hubo hombres maravillosas en mi vida, hombres que me dieron todo, incluso más de lo que tenían por hacerme feliz, pero nunca era suficiente para disipar el recuerdo que se me había grabado del definitivo amor de mi vida. Costó aprender a vivir sin necesitarle porque siempre una parte de mi suplicaba su aliento a deshoras, como quien pide un tentempié, se va a la despensa, come algo y se sacia, pero es que yo nunca tenía lo que reclamaba a mi lado y el acumulo de impotencia de quererle y no poder tenerle crecía día tras día.


Mi vida se vio desmoronada, no podía ser feliz con nadie, echaba la vista atrás y el último recuerdo que me venía a la mente de los momentos indiscutiblemente especiales eran de cuando estaba junto a el. Ya habían pasado catorce largos años desde entonces pero le seguía echando de menos, era evidente y es que a pesar de haberme acostumbrado a vivir solo era prácticamente imposible adaptarse a un mundo en el cual nadie excepto el recuerdo de ese amor de adolescencia hacía que se mantuvieran vivas las esperanzas de volver a creer en el amor.


Las nubes grises del cielo predecían lluvia, todo apuntaba a un nefasto día metido en casa viendo la televisión, vamos, un día como otro cualquiera igual de aburrido. Mientras me fumaba el habitual cigarrillo mañanero me miré en el espejo del baño, el pelo estaba en su sitio, mi cara apagada para no variar y las habituales ojeras mías ahí intactas como de costumbre, me lavé la cara cuidadosamente dejando ver con más claridad el daño que los años estaban haciendo tan deprisa en mi rostro. El día no dejaba lugar a esperar que fuera especial. A lo largo del pasillo había desparramada ropa, en el suelo de mi cuarto había tirado una camiseta azul cielo y unos boxer a juego, era totalmente evidente, no había dormido solo. Un chico de pelo castaño oscuro había pasado la noche entre mis sábanas. Ni con tres manos contaba los hombres que habían pasado por mi cama en el último año recién estrenado, todos diferentes, unos bajos, otros altos, rubios,morenos, españoles, alemanes… Lo curioso de todo esto es que seguro que pensareis que soy todo un triunfador en eso del ligoteo y no os equivocáis, es cierto. Al principio era como un hobby, conocía a un hombre, me acostaba con el y tan fácil como venía se tenía que ir, era un alma libre y así me gustaba hacerlo saber. Cuando regresé a la habitación el hombre ya no estaba, le busqué en el salón, en el vestidor, regresé al baño y nada. Un intenso olor a café recién hecho se dejaba notar desde la lejanía, bajé las extensas escaleras de la casa hasta llegar a la cocina y encima de la mesa estaba el azucarero, una cuchara y mi pequeña taza de color pistacho junto con dos de mis galletitas, miré extrañado la situación, normalmente no se iban así sin despedirse, pero no le presté más atención que la oportuna en aquel momento.


Aprovechando ya la ocasión me senté en la silla y pegué un sorbo al café. Cuando levante la mirada del fondo de la taza mi mente se fue a las nubes dejando mis ojos clavados en el portillo de la puerta, logré bajar de ese estado de hipnosis cuando la típica canción de movistar sonó, provenía de una chaqueta que estaba colgada en el perchero de la entrada, era la chaqueta del chico. Me levanté de la silla para disponerme a coger lo antes posible el teléfono móvil con el fin de poder localizarle a través de quien le estuviera llamando. Era el, su voz corrió por mis oídos; “Sí, hola soy Lucas te llamo desde una cabina, se ve que me he dejado la chaqueta en tu casa. ¿Te ha gustado el café?” me dijo. El café estaba muy fuerte, pero bueno, no se lo dije y me ofrecí caballeroso a ir a llevarle la chaqueta. Me dejó la dirección de su casa, la reconocía, pasaba todos los días por esa calle antes de ir al trabajo por las mañanas. Me vestí con lo primero que pillé en el armario y salí para coger el coche, cinco manzanas me separaban de la casa de aquel muchacho. Cuando hube llegado miré el edificio de arriba abajo, tenía unos cinco pisos y se notaba que era una edificación nueva. Subí hasta el tercero A, toqué el detonante timbre de la derecha de la puerta y en un santiamén me abrió. Me recibió con una amplia sonrisa. Antes de entregarle la chaqueta me dio dos eufóricos besos en la mejilla y empezó a hablar avivadamente disculpándose, me tomó de la mano y me entró sin preguntarme. La casa estaba patas arriba y se notaba que estaba de mudanza, había cajas por todos lados y piezas de muebles envueltos en papel de burbujas por el suelo. Terminó de hablar de cómo había llegado hasta allí y presencié un silencio mientras el se daba cuenta de que no me había enterado de nada a lo que reaccionó rápidamente para continuar hablando cuando de repente oí el chirrido de la puerta situada a mi espalda, en un impulso natural me giré para ver lo que pasaba. Metro setenta y cinco, pelo suelto y rizado y una camiseta ajustada de tirantes, un hombre estaba de espaldas a nosotros y sujetaba una pesada caja entre las manos intentando sacarla de la habitación estratégicamente para que pudiera caber por la puerta. “¿Necesita ayuda?”, me ofrecí. Dejé la chaqueta encima de un par de cajas amontonadas y caminé hacia el con fin de ayudarle. Sostuve la caja con las dos manos, levanté la mirada y a medida que subían mis ojos podía ver una sonrisa sonrojada en la cara de aquel muchacho.

Avancé mirándole hasta que llegué a su cabello, el brillo de su piel, el verde resplandor de sus ojos, el rubio de su pelo y la curva de su boca. ¡Era el! Un silencio absoluto inundó la habitación durante prácticamente los dos minutos más largos de toda mi existencia, mis ojos se clavaron en los de el sin apenas parpadeos, las pupilas de sus ojos se dilataban, su rostro por si dudaba que fuera posible perdió color, sus manos colgaban de su cuerpo inertes y yo no sé ni cómo logré sujetar aquella caja cuando mi corazón y el mundo se habían detenido para mí. No bastó decir nada en ese momento, las palabras estaban demás, con aquellas miradas nos decíamos todo. Noté en sus ojos el mismo brillo de cuando me solía mirar. El joven moreno hablaba sin surtir efecto en nuestros oídos; “¿os conocéis? Toda mi vida había girado en torno a ese preciso momento, el momento de volver a encontrarle, teníamos tantas cosas de que hablar, narrar catorce años de su ausencia, que fue de mí, de mi vida, mi familia, mi trabajo, si viajé, si tuve novios, si no y de el más de lo mismo. La verdad es que no importó mucho, todo eran habladurías, el estaba ahí enfrente mía, y el mundo de mi alrededor había desaparecido completamente. Llevé la caja hasta el suelo para tener las manos libres, acaricié su rostro con mis dedos sin aun creer que el fuera real, mi subconsciente podría haber estado engañándome porque es que había soñado tantas veces con ese momento que hubiera sido normal discrepar completamente de la credibilidad de aquella situación. Sin mediar palabra le besé en los labios y experimenté de nuevo aquel sentimiento oxidado que andaba dentro de mí. Fue la sensación más bonita jamás experimentada. Antes de que mi sistema nervioso volviese a su correcto funcionamiento y mientras le seguía acariciando el consiguió un aliento que le dejó susurrar las palabras con más sentimiento que he escuchado en toda mi vida; “TE HE ECHADO DE MENOS”.

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