Hace poco me pregunté cuál es la peor persona que he conocido en mi
vida. La respuesta en realidad importa poco, pero estoy seguro de que he
conocido más personas malas que buenas.
Estamos hablando de extremos. La gran
mayoría de la gente no es ni blanca ni negra, es gris. Existen esas dos
pequeñas minorías: los buenos y los malos. Y entre dichas minorías yo he
solido a toparme con los segundos.
Ahora no me gusta pensar que siempre he dado con ellos. Tiendo a
ver más lo malo que lo bueno. Supongo que todos ignoramos la luz de una
farola hasta que algún imbécil la revienta con una piedra. Entonces
notamos la oscuridad.
Las malas personas pueden ser de muchas clases podría ponerme a enumerar toda la fauna de bellacos, malhechores y
vampiros que abundan en este mundo de mierda. Pero yo quería hablar de
las buenas personas.
Las buenas personas me recuerdan a las abejas. Nadie se acuerda de que
las abejas están ahí, pero si ellas desaparecieran nosotros las
seguiríamos en poco tiempo. Las abejas trabajan duramente y nadie les
agradece nada. Pero sin ellas no habría plantas ni existiría la vida. Y
lo mejor de todo es que no les preocupa recibir las gracias o no parece
importarles. Incluso aguantan estoicamente el maltrato de los hombres
que las envenenan y las utilizan como ganado.
Las buenas personas son similares. Nadie las ve. Normalmente, en el
autobús, sólo me fijo en los idiotas que pasan el viaje gritando e
incordiando a todo el mundo. A veces omito a los que van callados sin
molestar a nadie.
Quizá algunos de ellos sean del tipo que se dedica a hacer cosas buenas
en esta vida, simplemente porque sí. Los que no ven en otra persona una
herramienta que utilizar sino simplemente a una persona. Gente que no
tiene interés en verte solo, aunque ella esté sola. Gente que no te
muestra una cosa cuando es otra, sencillamente porque no hay ningún
interés oculto en ella.
Estas personas normalmente son las que más sufren porque todo el mundo
las maltrata. Ser bueno a menudo incluye poner la otra mejilla y eso
tiene sus consecuencias. Y, por lo general, son tipos que no sólo cargan
con sus problemas sino también con los ajenos. Y nadie les da nunca las
gracias.
Pero las abejas se están extinguiendo. Los hombres envenenan el néctar y
cada vez hay menos colonias. Supongo que tarde o temprano desaparecerán
y entonces moriremos todos. Es también posible que ocurra lo mismo con
la buena gente. Cada vez me fijo menos en ella y al tiempo noto más y
más ruido, más maldad, interés, hipocresía, brutalidad y odio.
Me pregunto si puede hacerse algo por proteger a este tipo de personas. A
veces pienso que son como el lince: una especie agonizante. Un animal
al que nadie ve, sigiloso, se mueve en la noche y se está muriendo.
¿Podemos evitarlo? Los científicos desesperan al no encontrar el mal que
está matando a las abejas. Quizá tampoco nadie descubra nunca qué es lo
que está aniquilando el bien en este mundo.
Y yo, ¿a qué clase debo pertenecer? No lo sé. Pero juro que moriría tranquilo si supiera que estoy en el lado correcto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.